viernes, 28 de diciembre de 2012

La Organización Microestructural y Macroestructural



Microestructura: 

Muchos autores entre los cuales se destacan van Dijk y Kintsch (1983), Calsamiglia y Tusón (1999), Aguillón y Palencia (2004) y Marín y Morales (2004) definen la microestructura como los elementos locales y superficiales que hacen que un texto sea cohesivo y coherente. Su diferencia con las macroestructuras radica en que éstas son de carácter global y están inclinadas a describir situaciones, acciones o cursos de eventos como un todo, los cuales están relacionados con los significados presentes en el texto.

Otras definiciones de microestructura apuntan hacia la estructura que forma parte de las oraciones y párrafos que integran un texto que a través de mecanismos de cohesión (sustitución, elipsis, deixis textual, proformas lexicales y gramaticales) establecen las relaciones intratextuales y se convierten en una especie de guía para que el lector pueda inferir los significados presentes en un texto. Además de ayudar a mantener la progresión temática de éste, mediante mecanismos que son capaces de conformar el tópico del discurso.

Estos mecanismos denominados “mecanismos de cohesión”, según Gregorio y Rébola (1996), citado por Benítez (2005:78), que operan en el nivel estructural de superficie, incluyen una serie de fenómenos léxico-gramaticales dentro de los cuales se incluyen las proformas. Es importante destacar, que en la presente investigación, debido a la gran variedad de mecanismos de cohesión que integran el nivel microestructural, se han considerado las proformas gramaticales, atendiendo al uso y la importante función que cumplen dentro de la conformación y organización de la macroestructura y superestructura de un texto.



Macroestructura: 

La macroestructura, por su condición global, tiene lugar al nivel de la esencia, el tema o la tesis, es decir, es la construcción o arquitectura textual que proporciona coherencia a un texto, que relaciona párrafo con párrafo. Ahora bien, si bien la coherencia puede entenderse como una cualidad abstracta del texto, corresponde, por un lado, al bosquejo o plan global que guía al hablante-escritor en la estructuración de su discurso de acuerdo a la intención o situación comunicativa y, por otro lado, a la interpretación del oyente-lector que otorga algún sentido al contenido textual.

Para producir la macroestructura de un texto, el sujeto ha de orientarse mediante la superestructura, esto es, guiarse por un “esquema formal  cognoscitivo” que regule la elaboración de la macroestructura.  Para llenar este esquema mental se requiere del conocimiento previo del sujeto, de su representación del mundo, sus experiencias sobre el tema tratado. Los esquemas mentales permiten la aplicación de las macrorreglas de Van Dijk (1992) o macroestrategias de comprensión y producción.

Las macroestrategias de producción son: adjunción, particularización y especificación. La primera consiste en que adjuntan proposiciones con detalles a las proposiciones centrales. La segunda implica la elaboración de ideas parciales a partir de una idea general y, la tercera, la deducción de información del marco de conocimientos.  Evidentemente, la función fundamental de las macroestrategias es establecer relaciones entre “proposiciones de nivel más bajo con macroproposiciones de nivel más alto” (Van Dijk, 1990:56). Las macroestrategias deben ser aplicadas de manera recursiva, es decir, una macroproposición puede ser extendida a un conjunto de proposiciones, y éstas, a otros subconjuntos.


martes, 4 de diciembre de 2012

Situación de Enunciación 

Aprender a hablar es aprender a decir enunciados en situaciones de interacción social concretas. Hablamos por medio de enunciados en los cuales manifestamos a otros nuestros deseos, nuestras necesidades, nuestros intereses, nuestras exigencias y nuestros saberes y en los cuales por supuesto construimos también una imagen de nosotros mismos y de otros.

Así, es por medio de la cadena de interacción de enunciados a los que estamos expuestos que aprendemos a hablar y que vamos construyéndonos como sujetos discursivos. Toda interacción de enunciados está relacionada con un género discursivo particular o
una práctica social enunciativa concreta como por ejemplo la interacción madre-hijo, la conversación cotidiana con los amigos o vecinos, el discurso pedagógico e instruccional de la escuela, la conversación amorosa, el discurso religioso, literario, periodístico, profesional o político, entre otros. 

Entonces, el léxico que utilicemos, las formas sintácticas y formas organizativas que tomará el enunciado (oral o escrito) estarán relacionadas de manera general con el tipo de género discursivo (o práctica enunciativa) en el cual se enmarca nuestra interacción. Es diferente por ejemplo el léxico y organización que tomará un enunciado al hablar de temas como “la legalización de la droga” o “el comercio de armas” en una conversación cotidiana, a
la que tomarían en un ensayo escrito para ser publicado en un periódico.

En la interacción de enunciados se pueden identificar los momentos en que se establece una alteridad, es decir, el cambio entre los sujetos que intervienen en la situación discursiva, se puede identificar además una diferencia entre esos sujetos que intervienen en ella (heterogeneidad) y una posibilidad de exterioridad en relación consigo mismo (un fuera de mí). 

Pero además, en el enunciado mismo (visto como la unidad de la comunicación discursiva) se pone en escena, se construye de manera simultánea, una relación de intersubjetividad puesto que la intencionalidad del YO está ligada, no sólo al tema y su conclusividad parcial, sino a otras enunciados anteriores y a la posibilidad de respuesta por parte del TU.  
La dialogía (Bajtin) de los sujetos discursivos y el contexto de comunicación concreta entran en el enunciado como parte semántica del mismo,
como sus componentes.

En la construcción del Ethos,
“No se trata de afirmaciones
vanagloriantes que el orador
puede hacer sobre su propia
persona en el contenido de su
discurso, afirmaciones que al
contrario podrían molestar al
auditor, se trata más bien de la
apariencia que le confiere el
enunciado, la entonación,
cálida o severa, la escogencia
de las palabras, de los
argumentos...”
( Ducrot, 1984:201)

Maria Cristina Martinez